viernes, 4 de mayo de 2012

#67

Esa nota entre el blanco y el negro, esas pestañas canosas que brotan de sus párpados.
Esas arrugas que nunca aparecieron por su rostro, y ese matiz de tristeza que iluminaron sus pupilas desde los grandes días de oro.
Ahora vaga cual espectro entre los tejos, entre los cipreses, bebiendo de los graznidos de los pájaros, y saboreando del gélido viento que azota sus trenzas en invierno, bajo la traslúcida mirada de un sol que se esconde tras las nubes.

Afortunadamente, sus pasos no van por su cuenta, no van solos.
Otros finos pies van muy cerca, con sigilo, con cautela, vigilando cada paso. 
Acarician lo que no existe y continúan su travesía, sin quererlo, sin prestar atención a  nada.
Dándole la espalda a aquello que se les escapa de entre los dedos, más allá de lo que pueden llegar a desear.

Un chispazo que no late en sus venas. Un suspiro que no cruza sus gargantas.
Solo un color tiñendo la no-vida a la que han sido condenadas.
Un gris que no desaparece nunca.

Los fantasmas grises, los espectros grises, las pesadillas grises, las damas grises.
O sencillamente, la madre Natura que han encomendado a sus fatales hijas a vagar por el mundo en inverno, bajo el frío de la tormenta.

Y una voz recita su leyenda.
Un voz que aclama la melodía que marca su inexistencia.

"Todos los colores se disuelven, el oro del cielo se desvanece en sus pieles. Ahora todo se torna gris, cuando todo esto llega a su final"




atte.
Gé.

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