
Genialidad, sí, en estado puro.
Tan difícil de encontrar. Tanto como el tesoro que lleva enterrado en cierta isla desde hace siglos.
Genialidad que pocos llevan consigo.
En la sangre, al respirar, al sentir.
Al vivir.
Al morir.
Genialidad que, afortunadamente, es humana.
Cuando realmente debería trascender.
Genialidad que existe. Que se conoce.
Genialidad de genios... y de hombres.
Compleja, abstracta, misteriosa, inalcanzable, majestuosa.
Con ella se forjaron las leyendas que nos dan sentido, y que, hoy en día, siguen tan palpitantes.
Menos mal que siguen habiendo siervos de la ingenua Genialidad.
Menos mal, sí.
Tenía ganas.
Tenía ganas de hacerlo eterno, memorable, vehemente.
Tenía ganas de superarme a mí y a todos.
Ese día tenía ganas de ser Dios de mástiles y heraldo de cuerdas.
No recuerdo como empezó todo, ni tampoco el número de dosis que tomé de ese maravilloso elixir. De esa droga, de esa placentera adicción.
Me envolvía sin abrazarme, sin tocarme, sin acariciarme; allí estaba, cerca, susurrante, cual dama de oro y amante de nadie.
Me llamaba, me gritaba, me suplicaba... ¿Cómo iba a decirle que no?
Sonreí, a su fortuna. Sonreí a sus deseos nuevamente, y me deslicé bajo la gruesa correa que la sostenía.
Ah, bien, calibrando el peso con ambas manos.
Era una ligereza imperturbable.
"Tres"
Me permití acariciarla, sentir un delicioso chispazo al rozar sus cuerdas. Un estremecimiento me hizo respirar entrecortadamente durante unos segundos.
Ya sentía a mis propios sentidos aclamar su nombre.
Continué con el ritual, dejando caer el cable a mis pies.
No había nada más hermoso que ese amasijo de filamentos negros a mi alrededor, apenas perceptibles por la poca luz que entraba en la habitación. Alcé la cabeza, desafiando a ese brillo que se dispersaba sobre mí, como un halo divino.
También pude ver de soslayo la membrana de esas cajas metálicas que pronto serían parte de mi propia fantasía. Su importancia era inimaginable.
¡Qué pena que todavía no pudiesen hablar!
... Pero la doncella las despertaría.
"Dos"
Ultimé los detalles más insignificantes.
Cuando alguien se exige la perfección, necesita que todo esté en su sitio, a punto, finito, hasta lo que resulta minúsculo, como la propia respiración. Un aleteo, un zumbido, una mota de polvo.
Todo tiene que estar en su perfecta medida.Todo.
Volví a palpar su suave superficie, como quien palpa un diamante, una joya.
En cierto modo lo era. Tan dócil, tan dulce, tan asquerosamente atractiva.
Se me iba la cabeza.
La dama volvió a exigirme atención, cuidado. Le dediqué una mirada lasciva.
Estaba a su completa disposición, como caballero entregado a su musa.
Mi musa.
Mi diosa.
Tan solo imaginar lo que estaba por venir, tan solo el hecho de pensarlo....
Me hervía la sangre, y la piel, y los dedos.
Mi ser ya empezaba a trascender... Es lo malo de pensar demasiado.
La anticipación te juega malas pasadas.
Sacudí mi oscura melena, mentalizándome de nuevo.
Nada de pensamientos, nada de recuerdos. Nada de nombres ni de florituras.
Estaba solo...
...y el mundo vibraría conmigo.
¿Lo conseguiría esta vez?
"Uno"
Decidí no pensar en la respuesta.
Cerré los ojos para oír la llamada de mi diosa, de mi triste obsesión.
Ahora ya comenzaba a gruñir con voracidad, con hambre. Tenía las mismas ganas que yo, como cuando alguien desea con todas sus fuerzas el derrumbarse en el colchón de esa persona que tanto se quiere.
Mi amada era otra.
Ya lo corpóreo dejó de tener significado. Acaricié las cuerdas otra vez.
Se estaba acercando el momento. Cuestión de segundos, de pestañeos, de nada.
Y no se podía pedir escenario mejor.
Ni público.
La emoción crece. Los aplausos resuenan.
Dios. Me siento un Dios ahora.
Y mi pequeña sigue esperando.
Hoy era el día en el que intentaría tocar el cielo con mi vena, con mi arte.
Hoy intentaría casarme con la genialidad de quien elige esta vida de sinfonías.
Hoy era ese maldito día.
Me faltaba una buen trago para calmar los nervios.
Ovación. Gran ovación de fondo.
Mi sonrisa se amplió, marcando mi rostro en una mueca de euforia, orgullo.
Una pizca de arrogancia... ¿pero qué mas daba?
Era mi momento, y el halo de luz aumentó en intensidad, otorgándole majestuosidad a lo que me quedaba de presencia.
Volvía a sentirme fuera de mí, con los dedos temblando de gozo.
Un poco más. Unos minutos más de espera, y ya todo me pertenecería.
Mis animosos y fantasmales espectadores continuaron con su jovial griterío, inyectándome ánimo, coraje... Más estupefacientes a mi cóctel mortal.
Mi cabeza deliró un poco más, hasta que la oyó, por fin.
"Enseña los dientes, enseña tu talento, enseña tu valía. Demuéstranos que hay más que pretensiones, aprendiz de Héroe"
Cortesana desdeñosa.
No pude evitar lanzar una carcajada desafiante, plagada de picardía. Comenzaba el espectáculo.
Ahora mis nudosas manos se atrevieron a tocar el provocativo acabado de mi acompañante, de mi arma de destrucción masiva. Luego mis zarpas la sometieron bajo su poder, bajo su destreza.
Y ella me respondió.
La guitarra comenzó a desvelarse de su pesado letargo.
Comenzó a contagiarse de la pasión que me recorría los nervios.
Comenzó a fusionarse conmigo, con mi alma de huesos.
Comenzó, por fin, coreada por las grandes cajas de hierro.
Esa era mi chica. Esa era mi princesa, y ahora la Música ya no podría menospreciarla. Nunca más.
Ahora era ella la voz de un corazón desbocado. De mi jodido corazón...
Había hecho tiritar a toda la mortalidad.
Al planeta.
Y, ¿Por qué no? Al universo.
Sé que estuve miles de años tocando, deslizando mis dedos por la suavidad de su mástil.
El sonido tampoco abandonó mis tímpanos.
Incesante, inefable, interminable.
Impetuoso, poderoso.
Formidable.
No podía permitir que se acabase esa sucesión imposible de notas.
No podía permitirme el lujo de dejar que se perdieran con el tiempo.
Y, ante todo, no me podía dejarlo en el vacío.
Mis dedos sangraron y lloraron, pero nunca dejé que el dolor me consumiese.
Mi musa musical, mi droga, entrecerró los ojos, complacida. Me hice con ella.
No sé qué más puede desear un hombre que muere así, haciendo lo que más le gusta.
Estuve en el cielo y en el infierno, estuve en cada una de las ciudades olvidadas que sostienen nuestra realidad; estuve en los dedos de los grandes que, antes que yo, cruzaron este anillo de fuego.
Estuve en todas partes sin moverme.
En la cima más alta, a lomos de lo inmenso.
Junto a ti.
Ese día tuve ganas de ser parte de una efímera genialidad.
Ese glorioso día tuve ganas de rozar la eternidad.
Ese maldito día tuve ganas de soñar y de tocar hasta el fin del último de los amaneceres.
Jugué a ser Dios, y lo conseguí.
Vencí a la doncella Música en su propio terreno con los alaridos de un instrumento.
Fui uno solo. Un Solo de seis cuerdas.
Ese día que ya es Ayer.
Ese día tan inolvidable me arrebató lo que me quedaba de hombre.
Ahora soy guitarrista.
Soy Leyenda.
¿Y qué me queda ahora?
(Otra vez sonríe. Se acerca al oído, en un gesto de complicidad)
Repetirlo.
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Para todos aquellos que han inspirado esta improvisación.
Son muchos los nombres.
atte.
Gé
(DONOTCOPYMYWORKS. IT BELONGS TO ME)