
Ha pasado muchísimo tiempo desde que intenté salir del cascarón, como un polluelo que se enfrenta al mundo por primera vez. Solo que yo ya he visto lo que hay fuera, las calamidades que nos hacen la vida difícil, cuesta arriba, complicada. Vamos, el mundo real al que estamos acostumbrados.
En esta ocasión he de mencionar que estoy algo cansada de mi propio humor, de mis repentinas ganas de encerrarme en mí misma y de hacer oídos sordos, y estoy cansada de intentar quedarme dentro de mis casillas, como alguien aislado del resto del mundo...
Alguien acorazado, que siente regocijo al estar protegido, pero el miedo de adentro permanece.
Un miedo que me ha llevado tiempo comprender y al que he ido criando sin darme cuenta, hasta que me ha dominado, tanto el corazón como mi propia forma de actuar.
Y ahora veo los telones que he desplegado para mantener lejos a quienes me importaban, para alejarlos, para mantenerlos al margen. Lejos de mí, lejos de lo que siento dentro, lejos del miedo y del dolor que me hacían sollozar cuando menos lo imaginaban. Ese miedo que te hace retroceder.
Es repugnante, pero cuesta dejarlo ir.
¿Cómo lo haría entonces?
No he encontrado la respuesta hasta mucho tiempo después, cuando una voz me lo ha dicho.
Pensé que esa voz jamás me diría lo que necesitaba oír, oponiéndose rotundamente a todos mis pensamientos, a todas mis convicciones. Una voz cargada de razón que me faltaba, de verdades a las que me negaba escuchar. Una voz que dejé sonar sin prestarle atención, hasta ahora.
Como una cría malcriada. Como una niña caprichosa.
Sí, nunca me he considerado una buena persona.
Soy el monstruo producto de cuatro años de formación, de cuatro años en los que invertí parte de mi adolescencia en odiar y en vivir de ese odio.
Un odio que me ha hecho tener un miedo terrible, pero, a la vez, sentirme invulnerable, como un animal herido que enseña los dientes a sus opresores. Una mezcla extraña, un cóctel molotov que tarde o temprano terminaría estallando, haciéndome más daño del que jamás sentiría.
Haciéndome daño a mí misma, y a los demás.
Y eso es algo que nunca haría.
¿Cómo he podido permitirlo? ¿Cómo he sido capaz de dejar que ocurriese?
He caído en la cuenta que he vivido cuatro largos años por ese grupo de personas a las que tanto desprecio, sin importarme el resto. No veía más que enemigos y adversidades a mis pies, y me di cuenta de que no dejaba de caer y caer en lo mismo.
Como una historia que se repite una y otra vez.
Me he cerrado a muchísimas cosas con tal de sentirme a salvo de todos. Me he cerrado a muchas personas, y dejé que mi verdadera voz solo susurrase en mi cabeza, no entre mis labios. Tampoco es que me arrepienta de ser como soy ahora mismo, pero es momento de reconocer mis errores, uno tras otro, hasta decir que me equivoqué. No soy como muchas de las chicas de mi edad. No tengo gustos convencionales, no tengo preferencias esperables. Todo mi mundo lo veo diferente, aunque sea un poco... Y eso me ha abierto otras puertas que antes veía cerradas, eso me ha permitido avanzar y tener a mi lado personas que buscan lo mejor que hay en mí.
No sé si alguien podrá entender esto, y me da exactamente igual si lo leéis o no.
Pretendo convencerme de que he actuado mal y que le he dado más importancia a las heridas abiertas que a los que pretendían curarlas.
Soy una persona verdaderamente egoísta y aún me queda mucho por recorrer para madurar de verdad. Ahora solo me quedaría quedarme en paz conmigo misma y dejar de pensar en algo que pasó hace tanto, cuando empezaba la secundaria. ¿De qué sirve si ya he pedido disculpas por lo que pude hacer? ¿De qué vale si yo ya hice lo que debía para enterrar toda esa experiencia?
Quizás lo que haga falta es echarle tierra y comenzar con la cabeza bien alta lo que está apunto de aparecer. Una etapa nueva, donde ya estoy asustada desde el principio, pero ¿sabéis? No es ese miedo del que hablé antes.
Ese miedo se derramó ayer en lágrimas, se fue, se marchó... y eso es lo que espero.
No más gritos, no más ataques de histeria, no más rencor acumulado.
Nunca podré hacerles pagar el daño que recibí porque eso no me corresponde a mí.
Hay una ley universal que dice que toda acción tiene una reacción igual y opuesta. Yo lo llamo el Karma, el Destino, la Suerte... ¿O sencillamente "consecuencias de nuestros actos"?
No importa. Ahora ya no.
Mejor dejar que cada uno siga su camino, con sus conciencias, con sus cruces a las espaldas.
Mejor dejar que el tiempo decida que darnos por todo lo que vamos construyendo a nuestro paso.
Sea bueno o malo. Es cuestión de esperar, o de ignorar.
Lo que sea.
Las cáscaras de mi coraza ahora caen una por una y puede que ya no pueda deshacer lo que he hecho y en lo que me he convertido, pero sí puedo crecer. Por fin. Tal vez así pueda llegar a ser mejor persona.
¿Quién sabe?
No pretendo pensar mucho en ello, si no dejarme llevar por lo mejor que tengo, que es realmente lo que queda, igual que lo que aprendemos.
No necesito más.
Todo acabó cuando dejé esa maldita casa de los horrores, de pupitres y libros.
Me toca ponerle fin y olvidar.
"El olvido es el peor de los castigos... y el mejor de los perdones"
Por fin.
Es hora de decidir por lo bueno.
Lo malo ya se va, como los segundos, como las horas.
Un rayo de optimismo, de nuevo.
Gracias a aquellos que han estado allí y que me soportan tal y como soy.
Siendo un monstruo.
Siendo yo.
Y solo les puedo decir que e disculpen cuando hable de más o de menos.
Toca respirar con calma.
Atte.
Gé